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Verde no es el color de la sostenibilidad

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    Comunicaciones
  • 27 nov
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 4 días

Por Cecilia Sueiro.


En este artículo de opinión la directora de Entornos por el Buen Vivir presenta un análisis argumentativo sobre el panorama actual de la cultura de la sostenibilidad.


“A nivel cultural está claro que a lo que se ha puesto la etiqueta “verde” termina siendo más bien gris, como el color que deja en la tierra muerta los productos de la revolución verde cuando se aplican sin piedad y de forma repetitiva

año a año.” 



Nos han vendido - y lo digo literalmente - que lo “verde” indica que un producto, una marca, un evento incluso, es sostenible. Las empresas invierten millones en eso, a través de campañas de márketing, de packaging, de coaching, de “green washing” y otros “ing” que les generan ganancia. E incluso muchos influencers, ONGs, movimientos, seguramente con más buena intención que otra cosa, lo adoptan como el color que puede teñir las campañas de sensibilización y las declaraciones de ecología. A nivel cultural está claro que a lo que se ha puesto la etiqueta “verde” termina siendo más bien gris, como el color que deja en la tierra muerta los productos de la revolución verde cuando se aplican sin piedad y de forma repetitiva año a año.


La sostenibilidad verdadera es multicolor


Otro ejemplo de eso, menos conocido aún, es la llamada “transición verde”, que supone dejar inmensos paisajes de desolación, grises, heridos, huecos, en busca del cobre o el estaño que guardan en sus entrañas las montañas o pretende desaparecer inmensos repositorios de belleza, con espejos del cielo y el alma, como el salar de Uyuni para extraer litio para sus baterías en ese hambre de energía y consumo que no se sacia nunca. O el “hidrógeno verde” que consume inmensas cantidades de agua y energía, pero que se pinta de ese color porque su proceso de producción usa energía de ese color, que antes tuvo que destruir montañas y salares. O también, y quizá más controvertida como práctica poco sostenible, las compensaciones por CO2, en las que se permite a las grandes empresas pagar - en dólares que antes eran verdes y ahora tienen un más sincero color gris - por los gases que emiten, como si los bosques que supuestamente absorben esas emisiones existieran por una transacción financiera. Además, claro, muchas de estas te dejan pagarlo a ti, para que puedas sentirte “más verde” al volar de un punto al otro.   



“El “green washing”; es decir, ese lavado verde en el que le ponen una capa de pintura por encima a cosas que no son sostenibles es una práctica que se ha instalado con mucha facilidad.”



El otro lado de la moneda verde


Mientras que las verdaderas soluciones, como reducir la velocidad de producción y consumo a través de productos que realmente sean sostenibles y duren años, eliminar la posibilidad del uso cotidiano de productos de un solo uso para el consumo de alimentos y bebidas, y poner límites a la acumulación que pueden hacer los ultra ricos, que tienen más dinero que la mitad del resto del planeta y su consumo, como viajar en jets privados para ir a visitar a sus amigos a 15 minutos de casa, no han calado tan fácilmente. Muchos de los “compromisos verdes” de la COP, la conferencia de las Partes sobre Cambio Climático, han reemplazado el necesario cambio cultural y social que exige la crisis que vivimos por tapar con dinero los desastres que generan las grandes empresas. Que no sean obligatorios, que no haya límites a lo que se extrae, consume, moviliza globalmente, y sobre todo, que se acumula a costa del trabajo y los territorios de la mayoría del planeta.


El verde y sus múltiples colores


El verde es un color presente en la naturaleza, y por eso todos estos sin alma, como diría Arguedas, han intentado apropiarse de él, como se apropian de los territorios de pueblos originarios, de los espacios en el internet, de los bosques con los que se compensan las emisiones de carbono. Es cierto que cuando pensamos en una selva lo primero que pensamos es en el verde de las hojas y las copas de los árboles. Pero una selva no es solo verde, pues estaría muerta. La selva en el Perú tiene el verde de las hojas, el musguito y los brotes, pero no estaría viva sin los azules de los pájaros y flores, el amarillo de las frutas e insectos, el negro de las arañas, el rojo de las serpientes, los muchos tonos de color de los cientos y miles de animalitos que la habitan. Además, sin el marrón de los troncos, la tierra, y las pieles que la habitan no podría sostenerse, ya que la selva amazónica es lo que es hoy gracias al manejo que durante milenios han hecho las personas que la han sabido habitar, cuidar, entender. 


“Si pudiéramos ver como la gente que sabe, quizá podríamos ver los muchos colores de los espíritus de la selva que nuestros ojos no reconocen.”


Quizá cuando pensamos en las zonas altoandinas nos es más difícil pensar en los colores que florecen ahí. Sin embargo son lugares donde se puede ver florecitas de colores, pequeñitas y sin tallos para resistir al frío, pero alegrar a las personas y alimentar a los bichitos que pasan por ahí, están los dorados, no del oro, si no de las vicuñas, los marrones, blancos, negros, grises, de las alpacas, los azules profundos del cielo y las lagunas, los rojizos de los zorros, los colores sobrios de las huallatas, los cóndores, los gorriones, los morados de las papitas y las quinuas, de los tarwis y las plantitas que curan. Y claro, los múltiples colores que visten a las personas que viven ahí, que conocen también los colores de sus apus y seres guardianes. Todo eso termina teñido de “verde” con los relaves tóxicos de las minas y las campañas publicitarias para la transición energética, para que en las grandes ciudades y en el norte global puedan manejar autos eléctricos y sentirse “limpios”.  


Por eso es que cuando veo algo verde siento sospecha. Más colores es lo que necesitamos para tener una vida verdaderamente sostenible. Un plato con muchos colores, muchos colores en nuestra chacra, nuestra huerta, nuestra maceta, nuestra ropa. Muchos colores de papas, de maíz, de quinua. Muchos colores también, en sentido figurado, de economías, de tipos de asociación, de pensamiento, y sobre todo, que no nos quieran vender cosas que no florecen en vida como sostenibles y constructivas para una vida plena y un futuro verdaderamente sostenible.    


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*La opinión expresada es personal a la autora y no representa la postura institucional de Entornos por el Buen vivir.



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