Cuando el Estado renuncia a comprender las desigualdades
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Actualizado: hace 3 días
Hania Harmsen, coordinadora de Entornos por el Buen vivir, nos ofrece una mirada interseccional al debate actual sobre el “enfoque de género” en el Perú y hace mención al cambio climático como propulsor de desigualdades.
“Una lideresa indígena amenazada por defender su territorio no vive una desigualdad “de mujeres” en abstracto; vive el cruce entre racismo, extractivismo, desigualdad territorial y violencia patriarcal. Una adolescente LGBTIQ+ en un barrio urbano popular no enfrenta los mismos riesgos que un adolescente varón heterosexual en Lima centro.”
En los últimos años, hemos visto el retorno con fuerza de discursos que buscan simplificar la complejidad social bajo la apariencia de claridad moral o científica. En ese clima, el enfoque de género ha sido nuevamente colocado bajo sospecha. En lugar de ser entendido como una herramienta de análisis de relaciones de poder, se le ha reducido a una supuesta disputa entre “hombres” y “mujeres”, concebidas como entidades biológicas fijas. Esta simplificación nos hace perder de vista aquello que el género justamente permite comprender: cómo se distribuye el poder, quién accede a derechos, quién soporta cargas desproporcionadas y cómo ciertas vidas se vuelven más vulnerables que otras.
En este contexto, la aprobación del Proyecto de Ley (PL) N.º 8731/2024-CR que propone la “Nueva Ley de Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres” que reemplaza y modifica marcos normativos previos, consolida esta distorsión. Busca eliminar toda referencia al enfoque de género y a la Educación Sexual Integral (ESI), presentándose como una norma “clarificadora”. Pero lo que hace es reinstalar un marco binario y biologicista que no explica la desigualdad, sino que la oculta. No solo borra un vocabulario; borra la capacidad institucional del Estado para nombrar y analizar las formas en que se producen exclusiones persistentes.
Su aprobación, ocurrida apenas días antes del 25 de noviembre -fecha que cada año nos convoca a reconocer la violencia estructural que afecta a mujeres, niñas e identidades históricamente feminizadas- adquiere un significado aún más preocupante. No porque el género sea un concepto intocable, sino porque el PL es un retroceso legislativo para nuestros derechos.
El riesgo de volver al binarismo
Uno de los efectos más graves de este nuevo marco normativo es que sustituye la complejidad del género por una distinción puramente biológica. De pronto, la desigualdad parece reducirse a una diferencia anatómica entre “hombres” y “mujeres”, como si los fenómenos sociales fueran el resultado automático de rasgos corporales y no de relaciones de poder históricas.
Bajo este modelo, desaparece la posibilidad de analizar por qué las tareas de cuidado recaen desproporcionadamente sobre ciertas personas; por qué la violencia sexual tiene patrones reconocibles; por qué ciertos cuerpos enfrentan mayor riesgo en el espacio público; o por qué habitar un territorio rural, amazónico o urbano produce experiencias tan distintas.
El problema no es solamente que el PL elimine el término “género”. El problema es que propone un marco que colapsa la desigualdad en biología, dejando sin herramientas para comprender qué jerarquías producen esas brechas y cómo pueden transformarse.
“La lectura binaria y biologicista no explica la realidad; la simplifica hasta volverse incapaz de abordarla.”
Sin embargo, la amenaza al enfoque de género no proviene únicamente del retroceso legislativo.
La trampa del enfoque de género como "checklist"
El problema también proviene de sus usos superficiales. En demasiados espacios institucionales, “tener enfoque de género” se convirtió en sinónimo de asegurar la presencia de algunas mujeres en reuniones o talleres. Bajo esta lógica, el género se reduce a un balance numérico, a contar cuántos cuerpos femeninos hay en la sala.
Este uso instrumental neutraliza el potencial transformador de la herramienta. La presencia no garantiza voz; la asistencia no garantiza incidencia; la participación no garantiza condiciones para decidir.
Cuando el enfoque de género se convierte en checklist, deja de interrogar las estructuras que producen desigualdades. Ya no incomoda, ya no analiza, ya no cuestiona. Así, la eliminación normativa y la aplicación superficial terminan convergiendo en tanto ambas producen un enfoque impotente, incapaz de explicar la desigualdad y de orientar políticas que realmente la transformen.
Ante este vaciamiento práctico, es necesario recuperar herramientas que nos permitan leer la complejidad social.
La interseccionalidad: lo que el PL no nombra
Frente a esta tendencia a simplificar, la interseccionalidad se vuelve hoy imprescindible. Este enfoque muestra que las opresiones no actúan por separado, sino que se entrelazan y producen vulnerabilidades específicas.
Una lideresa indígena amenazada por defender su territorio no vive una desigualdad “de mujeres” en abstracto; vive el cruce entre racismo, extractivismo, desigualdad territorial y violencia patriarcal. Una adolescente LGBTIQ+ en un barrio urbano popular no enfrenta los mismos riesgos que un adolescente varón heterosexual en Lima centro. Una trabajadora migrante que vende alimentos en la calle carga simultáneamente discriminación por origen, género, clase y trabajo informal.
Por eso, al eliminar el enfoque de género, el PL desactiva la capacidad del Estado de leer estas realidades y de diseñar políticas efectivas. Mientras que la interseccionalidad, lejos de ser un mero accesorio teórico, es una herramienta para comprender cómo se producen estas desigualdades que no pueden ser explicadas desde un binario.
Esta mirada no solo es útil en el análisis político; también es indispensable para entender fenómenos que atraviesan múltiples dimensiones de la vida.
La crisis climática: el espejo que desnuda la falacia
de la neutralidad
La crisis climática evidencia de forma contundente que ninguna política es neutral. Sequías, heladas, inundaciones, contaminación y desplazamientos forzados afectan de manera diferenciada según territorio, condición socioeconómica y rol social. Quienes cuidan en la familia, en la comunidad, en el campo, enfrentan cargas mayores. Las rutas migratorias se vuelven más peligrosas para los cuerpos feminizados. Las lideresas defensoras de territorios reciben amenazas específicas por su posición comunitaria y por las lógicas patriarcales que buscan disciplinar su participación pública.
"El cambio climático, lejos de ser un fenómeno técnico, es un multiplicador de desigualdades. Y sin enfoque de género interseccional, las políticas ambientales corren el riesgo de reforzar la vulnerabilidad de quienes ya viven al borde de la exclusión. La neutralidad, en estos casos, no solo es insuficiente, es injusta".
Este panorama permite dimensionar mejor las implicancias del PL en la vida cotidiana.
Retroceso con efectos concretos
Las modificaciones propuestas son pocas, pero contundentes. En conjunto, reorientan el marco legal hacia una visión rígida y restrictiva de la igualdad.
Reducción del concepto de igualdad a un formalismo vacío. Al sustituir el enfoque de género por la noción de “igualdad de oportunidades”, el PL desconoce brechas de cuidados, barreras socioculturales, desigual acceso a servicios y violencias normalizadas. Esta mirada ignora que las oportunidades no se viven igual en contextos rurales, indígenas o con infraestructura limitada, reforzando desigualdades históricas.
Desestructuración del enfoque sobre violencia basada en género. Al eliminar su reconocimiento como fenómeno estructural, las agresiones se reducen a hechos individuales. Esto impide identificar ciclos de violencia, anticipar riesgos y diseñar rutas de prevención, atención y reparación.
Incremento de la vulnerabilidad de niñas, niños y adolescentes. La eliminación de la Educación Sexual Integral debilita una herramienta con evidencia sólida: la ESI retrasa el inicio de relaciones sexuales, reduce embarazos adolescentes, disminuye la violencia sexual y mejoran la capacidad de identificar situaciones de riesgo y pedir ayuda. También promueve el consentimiento, la autonomía corporal y el respeto por la diversidad. Reemplazarla por una “educación sexual con valores”, supeditada a convicciones morales o religiosas, debilita ese sustento técnico reduciendo su capacidad protectora.
Restricción de la participación social y debilitamiento de contrapesos democráticos. Al excluir organizaciones que hayan litigado contra el Estado, el PL afecta directamente a colectivos con larga trayectoria en la defensa de derechos. Esto limita la vigilancia ciudadana, debilita redes comunitarias que acompañan a víctimas y limita la pluralidad de voces en el espacio público.
Así mismo, vale la pena mencionar la eliminación de referencias a estándares internacionales, lo que expresa una voluntad de distanciamiento de marcos más exigentes en derechos humanos, debilitando las garantías que orientaban políticas de igualdad y permitiendo enfoques estatales más restrictivos.
Ante este conjunto de retrocesos, urge recuperar el sentido original del enfoque de género.
Hacia un enfoque de género relacional e interseccional
Defender el enfoque de género no significa preservar un rótulo, sino recuperar su sentido original que es analizar relaciones de poder, no cuerpos; comprender desigualdades, no contabilizar presencias; transformar estructuras, no cumplir requisitos administrativos.
Un enfoque de género relacional entiende que el género es un sistema, no una característica individual. Permite analizar cómo se distribuyen el poder, el tiempo, el trabajo y riesgos; y cómo ciertos cuerpos se vuelven más o menos vulnerables según las intersecciones históricas que los atraviesan. Reconoce, además, que la desigualdad no se corrige con igualdad formal, sino con políticas que atienden diferencias estructurales. En ese sentido, la interseccionalidad no reemplaza al enfoque de género, lo amplía, lo afina y lo vuelve capaz de dialogar con la complejidad de la vida social.
El enfoque de género no es una amenaza. Su eliminación sí lo es. Defender el enfoque de género -crítico, interseccional y no binario- es un acto de responsabilidad pública.
"Las desigualdades no desaparecen cuando se silencian sus nombres. Desaparecen cuando se transforman las estructuras que las producen y las sostienen".

*La opinión expresada es personal a la autora y no representa la postura institucional de Entornos por el Buen vivir.


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